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Encuentro de Jóvenes por la Paz: cuando las voces nuevas se atreven a decir “basta”

  • Foto del escritor: CHARLES ENRIQUE BONILLA ORTIZ
    CHARLES ENRIQUE BONILLA ORTIZ
  • 23 oct
  • 4 Min. de lectura

El viernes 3 de octubre, Guayaquil amaneció con ese calor que parece pegarse al alma, pero también con un aire distinto.


Equipo técnico del Proyecto Protegiendo Vidas junto a estudiantes de las instituciones intervenidas.
Equipo técnico del Proyecto Protegiendo Vidas junto a estudiantes de las instituciones intervenidas.

En las calles, mientras la ciudad comenzaba su rutina, un grupo de muchachos y muchachas se preparaba para algo que, aunque no lo sabían, terminaría siendo inolvidable. Eran 48 representantes de los gobiernos estudiantiles de las 40 instituciones educativas que forman parte del proyecto Protegiendo Vidas.


Venían de todos lados: de Daule, Naranjal, Milagro, Durán, Samborondón, Yaguachi, Nobol, Palestina… Cada uno traía una historia a cuestas, una forma de hablar, un acento, una inquietud, una pregunta sobre el mundo. Algunos llegaban con sus mochilas llenas de cuadernos; otros, con los audífonos puestos y la mirada curiosa. Pero todos compartían una misma ilusión: encontrarse con otros jóvenes que, como ellos, quieren construir un país donde estudiar no sea un acto de valentía, sino un derecho protegido por la paz.


El Encuentro de Jóvenes por la Paz comenzó temprano, a las ocho y media de la mañana, en un salón amplio donde la primera regla fue sonreír. Las sillas formaban un gran círculo, como si el espacio mismo quisiera decir que todos estaban al mismo nivel. No había discursos de poder, sino un diálogo entre generaciones. Allí, los jóvenes se reconocieron como lo que realmente son: los protagonistas del presente, no del futuro, como se repite tantas veces para eludir responsabilidades.


En un mmento del taller, Juliana Fernández, directora ejecutiva de la Fundación Territorios —antes Fundación ChanGo—, quien, con una voz serena pero firme, miró a los ojos a cada uno de los presentes y dijo:

“Perdón por dejarles este mundo violento. Ustedes tienen la misión de hacerlo distinto. De volver a creer que la paz es posible. De construirla todos los días, incluso cuando nadie los aplauda.”

Hubo un silencio breve, de esos que pesan, pero que también curan. Algunos chicos se miraron entre sí y sonrieron nerviosos. Otros bajaron la mirada. Era como si, por primera vez, alguien adulto les hablara con verdad.


Juliana Fernández, Directora ejecutiva de Fundación Territorios.
Juliana Fernández, Directora ejecutiva de Fundación Territorios.

También, en otro momento, tomó la palabra Xavier Pimentel, delegado de la Prefecta del Guayas, Marcela Aguiñaga. Contó que en la vida uno debe aprender a:

“Hacer las cosas correctas, rodearse de las personas correctas y huir de la corrupción”.

Su intervención no fue un discurso político; fue más bien una especie de consejo de hermano mayor, de esos que uno recuerda cuando la vida se complica.


Xavier Pimentel, Gestor de comunicación de la Prefectura Ciudadana del Guayas.
Xavier Pimentel, Gestor de comunicación de la Prefectura Ciudadana del Guayas.

Los jóvenes que piensan la paz

El encuentro se transformó poco a poco en un laboratorio de ideas. En las mesas, los estudiantes debatían con una energía contagiosa. Hablaron de los conflictos que viven en sus colegios, del acoso escolar, del miedo a la violencia, del embarazo adolescente, del consumo de drogas, de lo que duele crecer en una sociedad donde muchas veces ser joven es sinónimo de estar en riesgo. Pero no se quedaron en la queja. Hablaron también de lo que los sostiene: los amigos, la música, los docentes que creen en ellos, los sueños que aún no se apagan.


Mientras tanto, los facilitadores observaban con cierta sorpresa el nivel de madurez de esos jóvenes. Uno de ellos dijo en voz baja: “Esto no es un taller, es un espejo. Aquí todos estamos aprendiendo”. Y tenía razón.


El manifiesto: la voz que se levanta

La jornada avanzó entre dinámicas, reflexiones y aprendizajes compartidos. Afuera, el sol comenzaba a bajar, pero dentro del salón la energía seguía intacta. Era el momento de cerrar con una promesa colectiva. Los jóvenes, después de horas de trabajo, presentaron el Manifiesto por la Paz, un documento construido palabra a palabra, con ideas que brotaron del corazón y de la experiencia.


Lo leyeron en voz alta, parados en los graderios de la entrada del centro de convenciones, alternando párrafos, mirándose con complicidad. Era un texto breve, pero cargado de fuerza: hablaban de justicia social, de igualdad de oportunidades, de respeto y empatía. Pedían una educación libre de violencia, una sociedad que los escuche y les crea. “Queremos paz, pero también justicia. Queremos estudiar sin miedo, vivir sin miedo”, decía una de las frases. Y cuando la pronunciaron, todos aplaudieron.


Parte del Manifiesto juvenil.

Fue imposible no emocionarse. Algunos docentes se secaron las lágrimas disimuladamente. Había algo poderoso en ese coro de voces jóvenes exigiendo dignidad, no como consigna, sino como derecho.


Semillas de un nuevo comienzo

Al final, cuando todo terminó, los chicos se abrazaron. Intercambiaron números de teléfono, promesas de visita y fotos grupales. Afuera, Guayaquil seguía su curso: los autos sonaban, el calor apretaba. Pero ellos salieron distintos. Más conscientes. Más firmes.


Uno de ellos, antes de subirse al bus, dijo en voz alta:

“Hoy entendí que la paz no es quedarse callado, sino tener el valor de hablar cuando nadie más lo hace.”

Y quizás, en esa frase sencilla, estaba el verdadero sentido de todo el encuentro.

El Encuentro de Jóvenes por la Paz fue una cita con la esperanza, con la posibilidad de imaginar un Ecuador donde las escuelas sean espacios de respeto, creatividad y confianza. Una jornada que recordó a todos —adultos y jóvenes por igual— que la paz no se decreta, se construye: con diálogo, con arte, con valentía y con amor.


Porque cuando los jóvenes levantan la voz y exigen justicia social, no están pidiendo algo imposible. Están recordándonos lo que alguna vez fuimos capaces de soñar.

 
 
 

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