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Cuando la paz se sube al escenario: el eco del Festival Voces de Paz en Naranjal y Samborondón

  • Foto del escritor: CHARLES ENRIQUE BONILLA ORTIZ
    CHARLES ENRIQUE BONILLA ORTIZ
  • 23 oct
  • 4 Min. de lectura

Hay días en los que la paz no se siente como un discurso, sino como una fiesta.


Alumnos de la Escuela 15 de noviembre, en su presentación artística.
Alumnos de la Escuela 15 de noviembre, en su presentación artística.

El pasado 17 de septiembre, en el cantón Naranjal, esa palabra tantas veces usada —“paz”— bajó del papel y se puso una camiseta blanca, se pintó el rostro con tempera y bailó con los chicos de la Unidad Educativa 15 de Octubre. Ahí, en medio de pancartas coloridas, risas, tambores y pasos de baile, más de 300 personas —entre estudiantes, docentes, familias y autoridades— se reunieron para celebrar algo más que un festival: una manera diferente de convivir.


Era el Festival Voces de Paz, una de esas jornadas que confirman que el arte, cuando se lo toma en serio, puede ser un acto de resistencia. Organizado en el marco del proyecto Protegiendo Vidas, este evento reunió a las cinco instituciones educativas de Naranjal que forman parte de la iniciativa. Desde temprano, el patio de la escuela se transformó en un pequeño carnaval educativo. Había niños organizandose para mostrar sus presentaciones, jóvenes afinando discursos, maestras colgando dibujos, y un grupo de padres ayudando en la organización del evento.


El día en que el Capitán Paz llegó al Festival

Entre tanto bullicio, un personaje inesperado se robó las miradas: el Capitán Paz, un actor que con capa azul y escudo de superhéroe interpretó un monólogo sobre la empatía, la no violencia y los héroes cotidianos que no usan espadas, sino palabras.“Ser valiente no es pelear —dijo con voz firme—. Ser valiente es pedir perdón.”Hubo risas, claro, pero también silencio. Ese silencio denso que se siente cuando algo cala hondo. Algunos docentes confesaron después que no esperaban que un sketch de superhéroe hiciera reflexionar tanto a sus alumnos.


Capitán Paz saludando con una estudiante.
Capitán Paz saludando con una estudiante.

La jornada continuó con bailes tradicionales, teatro escolar, cantos, oratoria y pintura. Cada número artístico tenía un propósito: hablar de los temas que el proyecto Protegiendo Vidas trabaja desde sus talleres —la prevención del bullying, la violencia de género, el embarazo adolescente y el consumo de drogas— pero desde una mirada esperanzadora, con el arte como puente.

“Lo que queremos es que los chicos se apropien de la palabra paz —decía una maestra mientras sus alumnos se preparaban para salir al escenario—, que la sientan suya, que no sea solo un tema del cuaderno de sociales.”

Y vaya si lo lograron. Porque en cada actuación, los estudiantes no solo actuaban: se representaban a sí mismos. En uno de los cantos, que fue rap, una adolescente rimaba un momento de enfrentamiento al acoso escolar, el público se levantó en aplausos.


De Naranjal a Samborondón: la paz tiene ruta

Dos días después, el 19 de septiembre, el festival llegó a Samborondón, a la Escuela 26 de Junio, donde más de 200 personas asistieron a esta nueva parada de la gira artística. Allí, participaron tres instituciones educativas y, aunque el escenario era distinto, el espíritu era el mismo: hacer visible que la paz también se construye con alegría.


El patio escolar se llenó de caballetes, donde a manera de recorrdio de tren, los participantes vistaron cada pintura y sus autores esperaban para guiarlos por la obra. También se llenó de coreografías y de ese entusiasmo que solo tienen los días especiales. “Hoy venimos a celebrar lo que somos capaces de hacer juntos”, decía un docente mientras ajustaba el micrófono.


Y juntos lo hicieron. Los bailes, las dramatizaciones sobre el respeto, las canciones inéditas compuestas por los propios alumnos, todo se entrelazaba en una atmósfera de comunidad.


Estudiantes de la Escuela San VIcente Ferrer.
Estudiantes de la Escuela San VIcente Ferrer.

Entre el público, autoridades distritales de educación y representantes de la Prefectura del Guayas aplaudían cada número, no solo como autoridades, sino como espectadores conmovidos. En algún momento, una estudiante tomó el micrófono y dijo:

“A veces pensamos que la paz la tienen que traer los adultos, pero también puede empezar en nosotros.”

Silencio. Y luego aplausos, muchos. Porque a veces basta una frase para entender que algo está cambiando.


La cultura de paz como camino (y no como destino)

Los Festivales Voces de Paz no fueron un evento aislado, sino la expresión viva de un proceso más amplio que Protegiendo Vidas impulsa en 40 instituciones educativas del Guayas. Este proyecto trabaja simultáneamente en infraestructura, pedagogía, gobernanza y comunicación, buscando transformar las escuelas en espacios seguros, participativos y protectores.


Pero más allá de las cifras —que ya son admirables—, lo que se vivió en Naranjal y Samborondón fue la confirmación de que la cultura de paz no se enseña: se vive, se siente, se comparte. Los estudiantes no estaban repitiendo guiones; estaban contando su historia, sus miedos, sus aprendizajes y sus sueños.

“Nunca habíamos visto tanta emoción en los chicos”, dijo una madre al final del evento. “Yo vine a acompañar a mi hijo, pero salgo con el corazón lleno. Nos enseñaron que la paz empieza por escuchar.”

Y ese, quizás, es el mayor logro: que el mensaje no se quede en los bastidores ni en las obras, sino que salga caminando con cada niño que participó, con cada docente que creyó, con cada familia que aplaudió.


Epílogo: la esperanza hecha arte

Cuando terminó la última presentación, el sol de la tarde bañaba los rostros cansados y felices de los participantes. Los técnicos del proyecto desmontaban el escenario, los estudiantes se tomaban selfies y los padres buscaban sombra. Pero en el aire quedaba esa sensación de algo bien hecho, de una comunidad que se reconoce capaz de cambiar su entorno.


Porque en un país donde las noticias suelen hablar de violencia, corrupción y desconfianza, estos festivales son pequeñas —pero poderosas— demostraciones de que también hay historias que se escriben con esperanza. Historias donde los protagonistas son niños que aprenden que el respeto se ensaya tanto como una coreografía, y que la paz no se decreta: se construye entre todos.

 
 
 
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